lunes, 29 de junio de 2009

Historias mínimas, de Carlos Sorín


HISTORIAS MÍNIMAS
LA BELLEZA DEL TRÁNSITO


El director argentino Carlos Sorín (1944) tenía ya una gran experiencia en el mundo de la publicidad cuando decidió dedicar sus esfuerzos en el cine. Así, su andadura en el séptimo arte comienza con “La película del rey “(1983) y filma en los ochenta otros filmes como “La Era del Ñandú” (1986) o "Eterna Sonrisa de New Jersey" (1989). Sin embargo, no es hasta 2002 con “Historias mínimas” cuando el cine de este bonaerense toma repercusión internacional. La película recorre muchos de los festivales más importantes y logra hacerse con varios galardones de la Asociación de Críticos Cinematográficos de Argentina (2003): Cóndor de Plata por Mejor Director (Carlos Sorín), Mejor Película, Mejor Música (Nicolas Sorin), Mejor Revelación Masculina (Antonio Benedicti), Mejor Guión Original (Pablo Solarz), Mejor Dirección Artística (Margarita Jusid), Mejor Fotografía (Hugo Colace) y Mejor Sonido (Carlos Abbate y José Luis Díaz así como el Premio especial del jurado en el Festival de San Sebastián (2002). Más tarde estrena “Bombón, el perro” (2004) y “El camino de san Diego” (2006).

En la inmensidad del vacío

La literatura y, por extensión, el cine, siempre han explorado la misteriosa capacidad de los viajes para transformar a las personas. La idea de que lo importante no es el destino, la meta, sino el camino hacia llegar a él ha dado lugar a muchas de las historias más bellas del cine universal. Últimamente, historias como las de “Ulzhan” de Volker Schlondorff (un francés en Kazajstán), “Viaje a Darjeeling” de Wes Anderson (americanos en la India), “La estrella ausente” (un italiano en China) han narrado historias de cómo buscamos encontrarnos a nosotros mismos buscando una meta geográfica. A diferencia de lo que ocurre con algunas de las anteriores películas citadas, Carlos Sorin evita elaborar una introspectiva búsqueda del sentido de la vida o ni tan siquiera crear una estética metáfora sobre el tiempo o la distancia y mucho menos crear una intelectual y refinada oda a las pequeñas cosas y, sin embargo, eso mismo es lo que hace bello a este filme.
“Historias mínimas” es tan natural como tomar el mate junto a unos amigos, tan elemental y necesaria como el perseguir aquello que nos hace felices –aunque nos tomen por locos- y tan entrañable como la bondad y la hospitalidad de las gentes que aparecen en ella. Su sencillez y su honestidad es lo que hace que tras su visionado en el cine los espectadores sientan la necesidad de reconocer que se han sentido compañeros de viaje de los personajes en esta travesía hasta San Julián por la “ruta” junto a los personajes.

Esta road movie está compuesta por historias atómicas cuyos protagonistas llegan a tener conexión en algún momento. Sin embargo, la intención de Sorín no es jugar con las casualidades por las que se han encontrado estas historias ni jugar a recomponer un rompecabezas deshecho, sino, por el contrario, Carlos Sorín pretende dar una visión de conjunto a través de estos pequeños fragmentos de vida de la candidez de esta extensa región argentina. Los personajes se ven diminutos en estos inmensos pasajes vacíos pero, sin embargo, es precisamente eso lo que hace que sus pequeñas inquietudes y ocupaciones hagan grande esta película. La dispersión de los lugares habitados de la Patagonia hace que para la mayoría de los habitantes de una ciudad sea inviable recorrer más de dos o tres veces en su vida los más de trescientos kilómetros que puede haber hasta la población más cercana. Por esta naturaleza geográfica es quizás por lo que se pone de manifiesto la importancia del contacto humano y el personaje del habilidoso vendedor que seduce, con su parlamento, a cualquier posible comprador para que se haga con los productos que lleva consigo.

Carlos Sorín utiliza un estilo simple, nada artificioso, pero eficaz y adecuado, mezclando los bellos planos generales de las solitarias y enormes carreteras que cruzan el paisaje con los planos cortos para situarse muy cerca de los personajes y poder sentir su calidez. Además, esa calidez se desprende también de la naturalidad de los actores no profesionales que conforman casi la totalidad del reparto de la cinta (Javier Lombardo, que interpreta a Roberto, es el único actor profesional). Sorín, que busca el componente azaroso en las interpretaciones de sus actores, repetía unas treinta veces cada escena dialogada, lo que suponía un gasto de película enorme, hecho por lo que prefiere rodar en 16mm.
En definitiva, esta pequeña película a nivel de producción termina convirtiéndose en un precioso relato sobre los sueños y las ilusiones y de cómo, a pesar de que haya tantos obstáculos que nos hacen querer renunciar a ellos, merece la pena recorrer el camino por largo que sea y negarse a quedarse sentado en la puerta de casa a observar la vida pasar. No se nieguen, pues, el gusto de sentarse tranquilamente a saborear esta bella película.

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