
Dos jóvenes con apariencia de ‘chicos malos’ de barrio bajo, ‘El Cabeza’ y ‘El Culebra’, dialogan sobre los aspectos que les resultan preocupantes de la sociedad en la que viven: el desempleo, las nuevas formas de ocio de los niños (“ya no hay niños jugando por la calle”), la inmigración, el boom inmobiliario, la delincuencia callejera o la pérdida de los referentes para las nuevas generaciones.
El cortometraje se basa en un plano secuencia que comienza con una panorámica que va de una vista del puente del Alamillo (una de los símbolos de la ciudad de Sevilla) hasta centrarse en un plano de los jóvenes. Esta simple idea a nivel de realización se convierte en un aceptable o efectivo –al menos- modo de proponer una reflexión sobre la incultura y la violencia, y ya de paso meter unos cuantos chistes baratos, para qué negarlo. Pero si hay algo interesante en este cortometraje es precisamente el mensaje y no tanto la forma de hacérnoslo llegar, con un diálogo que es un encadenado de bromas y gracias que pecan de localistas (sevillanos) lo que hace que el público que potencialmente pueda apreciar justamente el humor desplegado sea bastante escaso. El final, a pesar de ser una pretendida sorpresa, resulta satisfactorio y coherente puesto que todo lo anteriormente mostrado se dirige, dentro del tono dominante, hacia una desconfianza de las intenciones de esos individuos que quieren erigirse en defensores de lo que debe ser y no es.
En definitiva, cortometraje sevillano para consumo interno de diálogos disparatados, risas fáciles y con trasfondo crítico.
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